viernes, 25 de junio de 2010

Katherine Mansfield, tremenda sensibilidad de acero




En Wellington, Nueva Zelanda, nació, el 14 de octubre de 1888, Kathleen Mansfield Beauchamp, la más rebelde de las cuatro hijas del riquísimo matrimonio Beauchamp, rescatada de la indiferencia de sus padres por el afecto de su abuela materna, cuyo apellido adoptó cuando empezó a publicar.

A medida que Harold Beauchamp ascendía en el mundo de las finanzas (su mujer lo llamaba Mr. Business) debe haber comprendido que la educación de sus hijas era una buena inversión, de modo que Katherine y sus dos hermanas mayores fueron enviadas a Europa para completar sus estudios en el Queen´s College, de Londres.


Allí Katherine encontró enseguida todo lo que su individualismo reclamaba: continuó sus estudios de música, asistió a teatros y conciertos, tuvo una aventura romántica, vio publicado una de sus cuentos en la revista del colegio. Allí conoció a Ida Constance Baker, una compañera de estudios con quien mantuvo una amistad difícil pero indestructible a lo largo de toda su vida. Ella es la LM de las cartas y del Diario, tal vez la persona que mejor la conoció y más la toleró.

En su profesor de literatura encontró la guía que necesitaba para ordenar la lectura de sus ídolos: Oscar Wilde, en primer lugar, Walter Pater, Paul Verlaine y muchos más. Su diario de entonces registra esos entusiasmos que serían decisivos, como serían después los escritores rusos, especialmente Chejov. El Queen´s College actuó como un revelador de su propia personalidad, rica en imaginación, en perceptividad y con un moderado sentido del humor. "Mi vida eran las chicas, el profesor, el enorme edificio, el fuego crepitante en invierno y la abundancia de flores en verano.", recordaba años después. En Londres sintió que quería ser una artista y como tal debía arrancarle a la vida todo lo que le podía ofrecer.


El regreso a Wellington tenía que ser dramático; Londres en la memoria era el paraíso, Wellington un exilio. La reanudación de sus lecciones de violoncelo, sus contribuciones para el diario local, un viaje de seis semanas por territorio maorí le permitían sobrevivir. Pero ella quería algo más y así se lo planteó a su padre que finalmente consintió en dejarla volver a Londres con una modesta suma anual para su subsistencia.

El 9 de julio de 1908, Katherine dejó Nueva Zelanda para siempre. En el Diario anotaba: "He aquí un pequeño compendio de lo que necesito: poder, bienestar y libertad. Es la desesperadamente insípida doctrina de que el amor es la única cosa en el mundo, tal como se les enseña a martillazos a las mujeres, lo que nos traba tan cruelmente. Debemos desembarazarnos de esa pesadilla y entonces, sólo entonces, llegará la oportunidad de ser felices y libres."



El viaje a Europa desde Nueva Zelanda por el cabo de Hornos requería siete semanas de navegación. El Papanui llevaba 24 pasajeros de los cuales 2 eran mujeres. Al llegar a Montevideo -la primera escala- Katherine descendió con uno de los pasajeros. No hay testimonio directo de ese viaje, como lo hay del anterior, porque esa parte de su Diario no se conserva, pero al llegar a Londres confesó a una amiga que tenía la impresión de haber sido drogada en Montevideo, y aunque no podía recordar qué había pasado, insinuó que podía estar embarazada.

El viaje por mar parecía estimular su fantasía erótica de modos diversos. En el viaje anterior, de regreso a Wellington, estuvo todo el viaje junto a un jugador de cricket al que a bordo llamaban Adonis. En el Diario comenta el episodio: "Por lo tanto, sonriéndome a mi misma, me siento a analizar esta compleja emoción... Cuando estoy con él me invade un deseo absurdo: querría que me lastimara seriamente, me gustaría sentirme estrangulada por sus manos tan fuertes...".


Las emociones que la aguardaban en Londres podían ser tan complejas como las vividas (o imaginadas) en aquellas travesías. Allí volvió a encontrarse con su amigo de la infancia Arnold Trowell, un músico que estaba viviendo en Londres con su familia y, tal vez para expandir el campo de su experiencia emocional, se convirtió en la amante de Gerald, el hermano mellizo de Arnold. Muy poco tiempo después sorprendió a todos al casarse con George Bowden, un músico algo mayor que ella. Acompañada por su amiga Ida asistió a su casamiento enteramente vestida de negro, un golpe de efecto apropiado para lo que sería un matrimonio blanco; a la mañana siguiente abandonó a Bowden.


La noticia de un inesperado matrimonio y de un posible embarazo de paternidad dudosa bastó para que su madre viajara a Londres y hallara la solución: enviarla inmediatamente a Wörishofen, en Bavaria. "Algún día cuando me pregunten: `Madre, ¿dónde nací?´ y yo responda: `En Bavaria, querido´, volveré a sentir, creo, este frío físico y mental", anotaba. La pregunta nunca llegó a formularse: su hijo murió tras un parto prematuro. Pero en Bavaria, rodeada de un grupo de escritores y periodistas europeos entusiastas e independientes, sintió renacer su deseo de escribir. A este periodo corresponden las viñetas de diverso calibre sobre la vida en Alemania que integran su libro En una pensión Alemana (1911).



En enero de 1910, restablecida, Katherine regresó a Londres donde su talento empezaba a ser apreciado a partir de la publicación de algunos de sus cuentos en The New Age, revista que dirigía A. R. Orage, uno de sus amigos y sostenedores. Pero las experiencias vividas la hacían sentir desarraigada e insatisfecha. Sólo el testimonio de algún amigo permite reconstruir aquella época de la que no ha dejado huellas. Tal vez como un reflejo de su inseguridad y desamparo intentaba poner en escena su propia vida cediendo a una cierta noción del exotismo. En una de las muchas casas que habitó dispuso que la iluminación saliera de entre las flores o se lograra con velas apoyadas en una calavera.


En estos años de bohemia, Katherine vivía pobremente y para mantenerse llegó a desempeñar las más variadas ocupaciones. Gracias a sus conocimientos musicales y su facilidad para la música y la recitación, solía actuar como animadora en fiestas de gente rica. Rebecca West recordaba haberla visto en el nightclub de Freda Strindberg, "Cabe of the Golden Calf", entre decorados de Wyndham Lewis y Jacob Epstein, haciendo un número de cabaret vestida de china. También durante algunos años actuó como extra en varias películas, una experiencia que refleja en su cuento Pictures.



En 1911, en casa de unos amigos, conoció a John Middleton Murry, un joven escritor que editaba una revista literaria. Al despedirse, Katherine lo invitó a tomar el té y, dos meses después del primer encuentro, le propuso que se mudara a su departamento. Esta relación (se casaron en 1918) había de ser muy importante para ambos.


Fue una unión tormentosa agravada por la salud declinante de ella y por el egoísmo y la torpeza de él. Separados, no cesaban de escribirse; ella le reprochaba muchas cosas, se consideraba desprotegida pero no dejaba de extrañarlo, una contradicción que la acompañó hasta el final.

El juicio de sus contemporáneos no ha sido muy benévolo con Murry: Aldous Huxley lo retrató con rasgos muy duros en su novela Contrapunto. Según Leonard Wolf, "Murry pervirtió, dañó y destruyó a Katherine, tanto al ser humano como a la escritora. Fue una artista cabal pero su talento era el de un realismo intenso con un notable sentido del humor y la ironía, de un cinismo básico. Pero se vio enredada en el pegajoso sentimentalismo de Murry y escribió en contra de su propia naturaleza".



Dolorida por la muerte de su hermano Leslie en la guerra, Katherine se propuso, como un monumento a su memoria, rescatar los mejores momentos vividos en Nueva Zelanda. Así nacieron algunos de sus mejores cuentos: "Preludio", "El aloe", "La casa de muñecas" que, junto con "La fiesta en el jardín", "Felicidad" y "En la bahía", constituyen lo más celebrado de su obra.

Durante los años con Murry tuvo amistades que terminaron muy mal, con los escritores más destacados de la época, viajes, trabajo, una guerra, y la presencia cada vez más amenazante de la enfermedad. Katherine buscaba desesperadamente una cura para la tuberculosis que la estaba matando. Una última esperanza la llevó a ponerse en manos de Gurdieff en su reducto de La Prieuré, cerca de Fontainebleau, en Francia. Allí murió el 9 de enero de 1923.



La imagen de Katherine que Murry, como su albacea literario, ofreció al mundo, cercenando muchas veces el texto de las cartas y del Diario para hacer de ella un ser extraordinariamente angelical, sin contrastes, no le ha hecho mucho favor. Se necesitó el esfuerzo y la dedicación de algunos estudiosos que han investigado su vida y su obra para devolver a la luz una Katherine Mansfield íntegra en su dimensión humana.


A Katherine siempre le resultó difícil aceptar reglar preestablecidas como las de la familia, la escuela o el matrimonio. A su manera, con una gran dosis de coraje, sin ideología ni seguidores, libró una batalla solitaria contra los prejuicios e ideas heredadas de su época. Por eso parece una ironía que en la lápida que cubre su tumba en el pequeño cementerio de Fontainebleau se lea: "Katherine Mansfield, esposa de John Middleton Murry", como si eso fuera todo lo que importa para recordarla.


14/10/1888 – 09/01/1923





[A la muerte de su hermano menor, su hermano amado. Inicio de "Preludio"]
"Ahora siento el anhelo de escribir recuerdos de mi propio país. Sí; quisiera escribir sobre mi país, hasta que haya agotado cuánto se, no solamente porque así pagare una deuda a la patria en que hemos nacido mi hermano y yo, sino también porque en mis pensamientos recorro con él todos los antiguos parajes. ¡Ah, quiero que mi patria desconocida salte a los ojos del viejo mundo. Y que todo resulte misterioso, flotante."




[En Wellington, al regreso de Londres]
"Aquí, en mi cuarto, me siento como si estuviera en Londres. Escribir esa palabra me hace sentir que puedo estallar en lágrimas. ¿No es terrible amar tanto algo? Los hombres no me interesan nada, pero Londres es la vida. Yo deseo estar de acuerdo con mis mayores pero, ¿qué pasa conmigo? ¿Soy decididamente nadie o meramente vana en exceso? No lo sé... Pero soy terriblemente desgraciada. Eso es todo. Soy tan desdichada que querría estar muerta -y sin embargo sería una locura morir si se considera que todavía no he vivido nada."



[Inmediatamente antes de su partida de Nueva Zelanda]
Julio de 1908
"He aquí un pequeño compendio de lo que necesito: poder, bienestar y libertad. Es la desesperadamente insípida doctrina de que el amor es la única cosa en el mundo, tal como se les enseña a martillazos a las mujeres, lo que nos traba tan cruelmente. Debemos desembarazarnos de esa pesadilla y entonces, sólo entonces, llegará la oportunidad de ser felices y libres."



[Katherine habla con Katherine. Los múltiples yoes]
"Hay tanto que hacer y hago tan poco. Aquí la vida casi sería perfecta si siempre que pretendo trabajar lo hiciese de verdad. Fíjate en los cuentos y cuentos que sólo esperan un toque... Mañana. Pero fíjate en esta mañana, por ejemplo. No tengo ganas de escribir nada. Hace un día gris, plomizo, triste. Los cuentos parecen algo irreal, algo que no vale la pena escribir. No quiero escribir; quiero vivir. ¿Y qué quieres decir con eso? No resulta fácil explicarlo. ¡Ves, ya volvemos a estar en lo mismo!"

[Del Diario de Virginia Woolf, a raíz del primer encuentro entre ambas escritoras]
"En verdad, al primer golpe de vista me sentí un poco molesta por su ordinariez: esos rasgos tan duros y vulgares. Sin embargo, cuando esta impresión se atenúa, ella se muestra tan inteligente y enigmática que recompensa la amistad que se le brinda."


[Del Diario de Virginia Woolf, pocos días después del fallecimiento de Katherine Mansfield]
Enero de 1923
"Cuando empecé a escribir me pareció que no tenía sentido hacerlo. Katherine no podrá leerlo. Katherine ya no es mi rival. Estaba celosa de su escritura -la única de que haya estado celosa jamás-, en esta escritura yo veía, tal vez por celos, todos los rasgos de carácter que me desagradaban en ella. Nunca consideré lo suficiente su sufrimiento físico ni cuánto contribuyó a amargarla."


Frases del Diario de K.M.

"Cuando escriba sobre el violín debo recordar ese modo de subir levemente y de hundirse lastimeramente; el modo como busca".
"Lumbago. Es algo muy extraño. Tan inesperado, tan doloroso; debo recordarlo cuando escriba sobre un viejo. El gesto de levantarse, la pausa, la expresión enfurecida, y, cómo, por la noche, en la cama, uno tiene la impresión de quedar confinado"...

"Llueve, pero el aire es suave, cálido, humoso. Grandes goterones caen salpicando las lánguidas hojas, las flores del tabaco se doblan. De pronto se oyen unos crujidos en la hiedra."


“Por salud entiendo el poder llevar una vida plena, adulta, vivaz, el poder respirar en estrecho contacto con lo que amo: la tierra y sus encantos, el mar, el sol... Y también quiero trabajar. ¿En qué? Quiero vivir de un modo que pueda trabajar con las manos, el sentimiento y la cabeza. Quiero un jardín, una casita, la hierba, animales, libros, cuadros, música. Y que de todo eso, como expresión de todo ello, surja mi escritura. (Aunque tal vez esté escribiendo sobre cocheros, eso no importa.)"



"Quiero recordar cómo la luz se esfuma de una habitación... y una se esfuma con ella, es cancelada, allí quieta, sentada, con las rodillas juntas, las manos en los bolsillos...."


[Última entrada del diario, a tres días de su muerte]
"Todo va bien."


“Arriesga, arriésgalo todo”.
“Quiero trabajar…
Quiero vivir con mis manos,
mi sentimiento y mi cabeza…
Quiero escribir.”





Fuente: Luces y Sombras de Una Cuentista Rebelde, por Alberto Tabbia, revista de La Nación

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