jueves, 19 de agosto de 2010

Flora Tristan, la tormenta revolucionaria

La infancia de Flora Tristán tiene mucho de mito.
Anne Laisney, hija de un empleado de la Casa Real de Francia, huye de la Revolución Francesa por ser católica y monárquica, y en Bilbao conoce a Mariano Tristán y Moscoso, coronel de la Armada Española nacido en Perú de una familia tradicional y rica.
Se enamoran y unen sus vidas en una ceremonia religiosa que no tendrá valor legal ni en Francia ni en España. Por separado, están en infracción en ambos países, los jóvenes regresan a Francia y un año después nace en Paris Flore Celestine Therese Tristán y Moscoso Laisney, el 7 de abril de 1803, en plena época napoleónica; quien pasará a la historia como Flora Tristán.



De este matrimonio inexistente y, por tanto, de su situación de hija bastarda, se enterará Flora Tristán a los 14 años. De niña vive en una especie de paraíso junto a su padre y madre, en contacto con la naturaleza, en una bella casa en un pueblo rural a las afueras de la capital, siendo querida y atendida, expresando libremente su carácter vivaz y explosivo, mimada por visitantes como el joven Simón Bolívar. La buena situación económica de los Tristán proviene de la renta que el militar percibe de su familia peruana, administrada por su tío: el arzobispo de Granada, y de su pensión de coronel.



Todo va a cambiar a la muerte de Mariano Tristán y Moscoso, cuando Flora tiene 4 años. Su madre se presentaba como la señora Tristán pero su status real era el de compañera del militar, por tanto no tiene derecho a nada, ni tampoco su hija. Los pedidos a su “cuñado” Pío Tristán, último virrey del Perú, no tienen respuesta. Queda sin sostén, nuevamente embarazada, las relaciones y conocidos que pudieran ayudarlas ausentes. Con un carácter apacible que intuimos romántico y una capacidad de adaptación que enerva a su hija.


Anne Laisnay evita los pleitos y habladurías que se suceden a la muerte de su esposo. Durante años es el hermano de Anne quien les envía dinero para que sobrevivan, en la seguidilla de desgracias que pueblan su vida tras la muerte de Mariano Tristán, fue eficaz para administrar los pocos bienes que tenía y encajó estoicamente cada nuevo golpe, incluso el peor de todos: la muerte de su hijo Mariano a los 9 años de edad. De esta muerte y de su hermano, Flora Tristán no hablará jamás, con el tiempo matiza la opinión de víctima que entonces endilga a su madre.



Anne consigue una vivienda en el barrio más sórdido de Paris, allí Flora toma contacto con la pobreza y la injusticia, siente odio por la miseria y, a la vez, irritación por esas gentes que aceptan un destino mísero sin luchar. Se considera una aristócrata y se siente superior a quienes la rodean en ese tugurio, la joven de 14 años se mantiene aparte de las maledicencias porque la ofenden y prefiere ser una observadora, una extranjera.



Su madre le ve talento artístico y, al ser una práctica aceptable para señoritas, le paga clases de dibujo. Es su madre quien le ha impartido la educación básica que tiene: suma, resta, lee, escribe. También su madre fomenta en la joven la figura heroica del padre y alimenta el sueño de recuperar la herencia que le corresponde, Flora se imagina viajando al Perú para poner fin a una injusticia: ella es parte de una familia que desciende de Moctezuma, el último emperador azteca.



Es una muchacha bella, llama la atención por su mirada y sus andares enérgicos, menuda, su ascendencia española se ve en la negra cabellera rizada y en la piel aceitunada.


Desde su niñez y hasta su juventud Flora asiste a sucesivos derrumbes del mundo en el que vivía antes de la muerte de su padre: cambios de viviendas, siempre a menos; la guerra entre Francia y España, que supone incautar todos los bienes de los españoles residentes en Francia; el ascenso de Napoleón; su derrota y la entrada de ejércitos de ocupación en toda Europa.


Las guerras civiles europeas dejan medio millón de muertos y el hambre: bandas de mendigos que asaltan las ciudades para comer, en el campo se alimentan de hierbas, los más débiles mueren. Un tercio de la generación de Flora no llegará a los 20 años. En este contexto y apremiada por la pobreza en su casa, Flora comienza a trabajar como obrera en un taller de litografía a los 17 años. El propietario, André Chazal, pintor y grabador, de 23 años, queda flechado por Flora: “Despertó en mí una pasión violenta”, declarará. El trabajo de Flora consiste en iluminar etiquetas, intiman lo suficiente como para que ella lo invite a su casa, Chazal se gana la confianza de Anne, que conoce el poco interés que el candidato despierta en su hija pero valora la seguridad y la legitimación que significa un matrimonio burgués.


Flora mantiene a distancia al pretendiente, su ideal de hombre es Simón Bolívar o El Quijote, Chazal no tiene nada de heroico. Aunque la seduce ver la pasión que provoca en el hombre, la cautiva el despertar de sus propios sentidos. Es una muchacha como todas, devora novelas de amor, es idealista y sueña con el Gran Amor: “En 1833, el amor era para mí una religión, desde la edad de catorce años mi alma ardiente lo había deificado. Consideraba el amor como el aliento de Dios, su pensamiento vivificante, aquel que produce lo grande y lo bello", confiesa en Peregrinaciones de una paria. En 1821, con 18 años, Flora se casa en un ayuntamiento de Paris: “Mi madre me obligó a casarme con un hombre al que yo no podía amar ni apreciar. A esa unión debo todos mis males; pero como después mi madre no dejó de manifestarme su más vivo pesar, la perdoné.”, escribirá en el mismo libro.



Se conservan las cartas que Flore envía a Chazal, habla en ellas de sus ilusiones, de su voluntad de progreso, del afecto que siente por su novio, recuerda en ellas la sensualidad de sus encuentros, también le pide que perdone su carácter autoritario, a veces temible. En el inicio de la relación Chazal es tierno y sigue enamorado de su mujer, procura hacer próspero el taller de litografía, vuelve tarde del trabajo y encuentra a Flora inmersa en su pasión, que es leer: la recién casada lleva con orgullo su condición de autodidacta y en los libros se sumerge para aprender y para evadirse de una realidad que le disgusta cada vez más. Como otra Madame Bovary, Flora compara a su marido con los protagonistas de las novelas románticas que lee y Chazal sale perdiendo, evita su afecto y sus caricias, le habla con desgana.



No le interesa ser ama de casa: ve claro que son ataduras y exigencias que van a coartarle la vida que quiere para sí, que no tiene la menor idea de cuál es pero fijo que no es esa, por eso no aprende a cocinar, tampoco le gusta formar al personal doméstico o laboral a su cargo.



Queda embarazada, da a luz un niño enfermizo que no le genera el impulso maternal que esperaba sino una profunda tristeza. Quebrantada su salud después del parto, el alejamiento con su marido se vuelve irreparable, es un matrimonio condenado desde el principio y los próximos dos embarazos _Ernest, cuando Flora tiene 21 años, y Aline, cuando tiene 23 , que será la abuela del pintor Gauguin_ harán que Flora se sienta entrampada.


Comienzan las discusiones: Flora desprecia los progresos del marido, él le reprocha sus aires de princesa y su ingratitud, su madre se hace cargo del cuidado del bebé. Flora ya no trabaja pero tampoco tiene ganas de salir, come poco, finalmente cae enferma, el médico receta un tratamiento para la anemia pero los meses pasan y la enferma no reacciona; hoy hablaríamos de una depresión.




De a poco va recuperándose, vuelve a leer con pasión pero ahora sus lecturas son otras: Rousseau, Lamartine, Madame de Staël, etc. Comienza a entender que las cosas no le pasan sólo a ella, que la sociedad se rige por una ley que coloca a la mujer en inferioridad de condiciones respecto del hombre, avalando así conductas de abuso. El código napoleónico bajo el que vive, hace de la mujer una menor de edad, con incapacidad jurídica, su firma carece de valor, no puede ser testigo en ningún acto civil, al casarse pierde su apellido y adopta el del marido, debe obediencia al marido, la autoridad de él es absoluta, aún separada no puede cambiar de nacionalidad ni defenderse en el juzgado sin autorización del cónyuge, el adulterio es un delito casi únicamente castigado en mujeres, dentro del matrimonio no existe la violación, el divorcio se ha suprimido.




La convivencia entre los esposos se deteriora, el negocio va cada vez peor, Flora se desinteresa por completo de los asuntos de Chazal, él le reprocha no apoyarlo, frecuenta bares y vuelve a casa borracho y violento, se va haciendo común que se descargue en su mujer, le pegue, la insulte, Flora se inflama ante cada ataque y siente una furia homicida hacia él, cuando todo termina cae en una depresión aún mayor.


A cuatro años de haberse casado el matrimonio está en quiebra económica, les embargan los muebles y dejan apenas las camas y la vajilla. Flora asegura que, para salir de la situación, Chazal la induce a prostituirse con los deudores que lo persiguen, siente horror y desprecio por el padre de sus hijos, piensa en suicidarse pero la detiene el pensamiento de su hija y sus hijos, frágiles y enfermizos. Vive como una afrenta el poder absoluto que su marido tiene sobre ella, sólo quiere escapar de él. Reniega de cualquier atracción que haya sentido hacia su persona, “no hay dicha sin aprecio mutuo”, escribirá, la violencia cotidiana debe terminar. La única salida es huir.



Es 1825, con 22 años y embarazada de su hija, encuentra el modo de irse. Para evitar que su marido la persiga, como legalmente tenía derecho, consigue que firme una autorización para llevar al hijo mayor al campo pues está enfermo. El hijo pequeño vive allí con un ama de cría que, ni bien verla, le informa que no seguirá criando al pequeño porque no le pagan. Coge a los niños y va a casa de su madre, la convivencia de las dos mujeres es difícil, ambas tienen reproches que hacerse, son pobres, Flora tiene arrebatos de furia y desesperación, a su madre la inmoviliza la culpa. Son años difíciles en los que debe hacerse cargo de ella y de sus hijos y también son los años en los que avanza en su toma de conciencia, en los que se le hace carne la necesidad de la dignidad del ser humano. Reflexionando encuentra en la figura de la paria el símbolo de la mujer marginada y errante, intocable, se identifica con ella y a través de ella encuentra su identidad social y su camino.




En la introducción de "Peregrinaciones de una paria", en "Mi vida", su autobiografía, se reconoce como una doble paria: la hija sin reconocimiento legal del padre, desheredada, y la casada por necesidad y conveniencia. Hablando de su experiencia en primera persona, Flora se confiesa víctima de esa doble opresión que la llevó a luchar contra el matrimonio como medio de opresión contra las mujeres. Al no existir una Ley de Divorcio, inicia una lucha legal por la custodia de los hijos que durará 12 años plagados de interrogatorios, argucias y demandas cruzadas. Las persecuciones de su marido continúan hasta que, luego de acechar su paso durante días, la ataca en la calle y le dispara, dejándola mal herida.




Se muda con sus tres hijos al mísero barrio de antes, Chazal ya no vive allí. Su hija recién nacida despierta en ella una ternura que no conoce, siente que esa niña necesita de todos sus cuidados, la ve sólo parecida a ella, la niña siempre va a contar con el cariño de Flora. Vuelve a iluminar estampas, trabaja en una confitería, como empleada doméstica, en cada trabajo debe luchar con su carácter indócil y su anhelo de autonomía.



Así es que, cuando le ofrecen la posibilidad de viajar, no lo duda: parte como criada o dama de compañía de una familia inglesa a Inglaterra, es 1825 y durante cinco años su paradero y ocupación serán un misterio. Los 3 hijos están instalados en casa de su madre, no desperdicia la posibilidad de formarse que le dan los viajes, conoce gente, culturas, costumbres nuevas. También se siente una mujer sin raíces, alejada de sus hijos a los que nunca ve, distanciada de su madre, persevera en el empeño de abrirse camino, a veces su niña la acompañará en alguno de sus continuos viajes. Pero Flora es auténticamente una solitaria, ama a sus criaturas pero casi no ha vivido junto a ellas, sus ausencias se deben a ser una mujer que trabaja para sostener a su familia pero carece de sentido familiar, ha empezado a conocer el ancho mundo y no está dispuesta a renunciar a él.




En sus escritos apenas toca el tema de la mujer y la familia, le será más fácil dirigirse como hermana a gente que conoce del ámbito político, discípulas y discípulos, considerándoles su auténtica familia, que usar esa cercanía con los suyos. Su hijo mayor muere cuando Flora está en Inglaterra, casi no convive con su hijo menor Ernest, mejor suerte ha tenido Aline, la preferida. Pese a que Flora intenta borrar la existencia de Chazal en su vida, este reaparece seis años después de separarse para recuperar la custodia de los hijos y sus derechos de esposo. Amparado por el código civil, exige que le diga dónde está la hija y llevarse al hijo mayor, Flora accede con la condición de que le firme un papel en el que reconoce que la ha maltratado y echado de su casa. Chazal se niega, Flora enfurece, se suceden los golpes y los insultos, el secretario del fiscal levanta acta del hecho. Finalmente Chazal acepta la separación de cuerpos y promete iniciar el divorcio, Flora le alcanza el documento que ha redactado y él lo firma, a su vez ella firma otro, que también ha redactado con la mejor buena voluntad toda vez que ha conseguido la promesa de ser libre.




El tono involuntariamente farsesco de estas declaraciones se ve superado por la realidad, todo salió mal. El alcalde entrega el hijo a su padre y ambos deben partir dos horas antes que Flora, en cambio Chazal alcanza a campo traviesa el coche en el que viaja su esposa, se esconde, y la obliga a acompañarlo al puesto de policía, el comisario se niega a intervenir porque en esos momentos Paris casi arde en llamas. El niño va con su padre, Flora se siente furiosa y estafada, ese hombre le ha mentido y con la ley de su parte y el hijo como rehén va a perseguirla sin cesar. Sabe que si no puede tenerla, destrozará su vida. Usa un nombre falso para huir llevándose a la niña y peregrina por Francia durante 6 meses, se instala en Burdeos donde no llegan las pesquisas de Chazal.




Escribe a su tío, hermano de su padre, al Perú, explicándole los lazos que los unen y su situación de hija ilegítima. Al tiempo llega la respuesta: Pío Tristán la reconocía como sobrina, le enviaba dinero, su afecto y la promesa de un legado, pero le negaba derecho sobre la herencia de su padre: a Flora sólo le correspondía la parte de los hijos naturales, un quinto de la herencia. Decepcionada porque el reconocimiento como hija está ligado al conocimiento de su identidad, se alegra por la ayuda que significará el dinero prometido. Desde ese momento planea cómo ir al Perú para conocer a su familia y ejercer sus derechos. Tres años después embarca desde Burdeos rumbo al Perú, ha dejado a su hija de 8 años al cuidado de una amiga. Angustiada por separarse de la niña de 8 años y excitada hasta la descompostura por el paso que iba a dar Flora pasa sola sus últimas horas en tierra.




El cóctel está servido: enemistada con la familia, huyendo de un marido que la busca, abandonando a sus hijos, dejando su país, persiguiendo una herencia mítica, oliendo el rastro paterno, la temperamental Flora de 30 años va en el barco hacia sí misma. La historia de ese viaje se llamará Peregrinaciones de una paria y la publicará en 1838, ha asumido el personaje. Con habilidad literaria Flora Tristán saca punta a la autobiografía y a la novela romántica, alterna entre la heroína y la víctima, las descripciones son vívidas, notable su capacidad de observación, su figura de paria es auténtica y genera identificación, aunque esta sorprendente mujer es demasiado diferente a las demás.




Vemos a Flora en acción, trabajando, cooperando con los marineros, reflexionando, interesándose por todo y aprendiendo, seduciendo, curioseando, hablando de sí. En la larga travesía de seis meses tiene algunas historias amorosas, sin ninguna trascendencia pues para ella el amor es un don divino, capaz de transformar al mundo, que exige una entrega y pasión. Le gusta seducir y que la seduzcan, sobre todo le gusta ver el deseo que suscita. Con naturalidad relata cómo alimenta la pasión del capitán del barco con una fingida ingenuidad, juega, coquetea, se mete en problemas y de ellos emerge con la conciencia de haber mentido pero también de haberse salvado de una nueva prisión. Al llegar al Perú, donde es recibida con respeto pues es la sobrina del virrey Don Pío Tristán, desoye consejos y guiada por su voluntad parte en un viaje insensato hacia Arequipa, ciudad de la familia. Casi muere en ese trayecto de 40 horas, su familia la recibe con afecto, Flora viste las lujosas ropas típicas y se instala conmovida en la que fue casa natal de su padre. Sabe que su llegada produce expectación: es la extranjera que viene a reivindicar su parte en la herencia del padre.




América del Sur acaba de liberarse del poder español gracias al ejército independentista de Bolívar. La sociedad peruana, dividida en criollos, indios, más de la mitad de la población, esclavos negros y mestizos, ha acentuado sus diferencias y el resultado es una tensión constante entre grupos con distintas costumbres, vestimentas, comidas, religiones. Flora asiste encantada pero extranjera a ese festival de sabores, olores y hablas. Acostumbrada a estar entre los más pobres está ahora en el bando de los ricos, halagada y escandaliza por el nivel de vida de los Tristán debe entender cómo posicionarse en esa oligarquía que le escamotea su derecho, debe medir sus palabras, dominar su impaciencia. Su aire independiente y su franqueza seducen pero también inquietan a los habitantes de esa ciudad provinciana, nada dice sobre su matrimonio, sus hijos ni su huida.




Aprende español con una prima, lo suficiente como para ver que el matrimonio hace a las peruanas tan infelices como a las francesas, considera que las peruanas están aplastadas por la resignación y falta de voluntad atávicas de su raza, su prima, que la cree soltera, la contradice. La trampa del matrimonio y sus largos tentáculos legales va a ser tema infaltable en el discurso político de esta luchadora. Este intercambio de opiniones no es solamente literatura, Tristán puede ser fantasiosa pero siempre es auténtica. Esto nos permite acercarnos a esta mujer dotada de una poderosa voluntad, inasequible al desaliento, optimista, creativa, prejuiciosa, idealista, iracunda.




¿Qué lema merece esta mujer de grandes ojos, frente despejada, aspecto vibrante, que emprende de modo temerario casi cualquier cosa que se proponga? Probablemente “querer es poder” o “la libertad no se otorga, se conquista”, emblemas que la vuelven poco menos que imbatible y también la vuelven inflexible. Desde esa libertad conquistada cada día, no cede a la demagogia ni cuando es conocida, hoy diríamos que políticamente incorrecta. Decide que debe decirle al pueblo peruano lo que piensa, al margen del cariño que le tiene, y el denuncia el embrutecimiento del pueblo, la corrupción de las elites y de la Iglesia, propone la construcción de una sociedad más justa, sin opresión. Lo escribió en el manifiesto a los peruanos que insertó en la edición de Peregrinaciones de una paria y que firmó como “vuestra compatriota y amiga”.




Flora ha escrito sin ninguna diplomacia, habilidad que tal vez despreciara, el análisis de una francesa liberal y progre sobre la sociedad peruana. Este análisis tiene la marca de la premura existencial de la autora, de ahí que no se detenga en datos y comprobaciones para afirmar que el Perú padece las consecuencias del subdesarrollo, siente que eso es así y punto. Tiene una mirada certeza para ubicar los problemas: descubre que la religión mantiene la miseria, la ignorancia y la sumisión del pueblo, mucho tiempo antes que Marx Flora Tristán a decir que la religión es el opio del pueblo. Generaliza y muchas veces es injusta. La reacción del público fue totalmente negativa, el libro es quemado en plazas públicas y su autora desacreditada.




El feminismo de Flora Tristán es de raíz ilustrada, o sea que las reivindicaciones y proyectos que ella plantea los genera desde la idea de que todos los seres humanos nacen libres, iguales y con los mismos derechos. Toma esta postura, tiempo después de la Revolución Francesa, una época de derrota para las asociaciones de mujeres y sus conquistas, casi desaparecido el protagonismo político y social de las mujeres. Dando muestras del carácter pragmático y luchador que la caracteriza, Tristán crea una nueva realidad en ese panorama decepcionado: suscribiendo el pensamiento de autoras clásicas como Mary Wollstonecraft pero imprimiendo a ese feminismo inicial un giro de clase, que en el futuro daría lugar al feminismo marxista; difícil alianza desde siempre.




Insiste en la necesidad de que trabajadoras y trabajadores se unan en una Unión Obrera, adhiere a movimientos críticos de izquierda como el socialismo utópico pero reclamando la constitución de un partido obrero. Flora Tristán es considerada tanto la precursora del feminismo como la creadora del concepto clase obrera. Esta lucha está tan lejana en el tiempo hoy que nos suena arcaica, sin embargo las ideas de Tristán no sólo son necesarias para entender qué pasó en la lucha de la mujer obrera, también son válidas para transformar el estado de cosas en el que nos movemos.




El encuentro con su tío, que la abraza afectuosamente y reconoce el parecido con su hermano, la hace feliz, se siente hechizada por ese anciano que la ha conquistado y que sólo tiene un defecto: es tan rico como avaro. En una de las deliciosas veladas que tío y sobrina comparte, él aclara. Flora se sabe vencida, no va a contar con la voluntad de su tío, acaba por pedirle una renta anual exorbitante. El anciano se niega y a Flora la embarga tal furor que coge al viejo por el brazo y lo aprieta mientras lo amenaza. Consulta con abogados y le informan que es un pleito difícil ya que la misma flora le informó a su tío que era hija ilegítima, lucha entre la dignidad que le aconseja pleitear y la prudencia que le aconseja mantener el fondo que han establecido para ella y, en ella, para su hija y su hijo. Finalmente acepta su derrota y se lo hace saber a su tío por carta, un documento que habla mucho de la relación de Flora con los hombres, desconfía de ellos, los usa y los aparta de su vida.



Reanuda la afectuosa relación con su tío, quien valora su talento para el análisis social, estalla una revolución y Flora es consultada por aquellos ricos que temen perder algo de sus inmensos bienes. Se divierte pero se siente sola, mintiendo y sin poder amar, obligada a reprimir su sensualidad por los problemas que siempre le trae: “No vivía; vivir es amar, y yo no tenía conciencia de mi existencia sino por esa necesidad de mi corazón que no podía satisfacer.” El recuerdo de su hija se vuelve una obsesión culposa, se entristece, enferma, se debate durante una semana con los demonios del suicidio, triunfa sobre ellos y emerge como una nueva mujer decidida a no volver a apoyarse en la niña abandonada, en la víctima, en la abusada."




Decide ser cínica, astuta y despiadada como los más fuertes, quiere actuar en política, acceder al poder para dedicarse al bien público. Para ello necesita un hombre, “Inspirarle amor, avivar su ambición y utilizarla para ir a por todas”, la seducción y la omnipotencia, ninguna le produce remordimiento, las dos le dan resultado, confía en que pronto aparecerá el indicado.



Observa y aprende la cultura peruana, para protegerse de una nueva revolución pasa una temporada en un convento de monjas y la vida trágica de esas mujeres encerradas contra su voluntad la fascina y subleva pero atesora la posibilidad de haber entrado en un sitio prohibido, le da placer transgredir, termina haciendo amistad con algunas carmelitas.



Se implica en la batalla que se libra en Arequipa, hace gala de su valor, de heroísmo, es la más patriota, ya no existe en ella la paria. En este marco bélico conoce al coronel Escudero y cree encontrar al hombre que necesita para lanzarla a la política, culto, divertido y emprendedor, al fin el héroe que buscaba. Se entienden, se gustan, desea el cuerpo de este hombre y a él le pasa lo mismo, por primera vez Flora se enamora. Y sorprendentemente siente temor: de llegar al poder y volverse cruel y vengativa, y de no poder resistirse a la tentación que encarna ese hombre.




¿Por qué renuncia Flora Tristán al hombre de su vida? Siempre entraba en pánico cuando querían casarse con ella pues eso sacaría a la luz que era casada y tenía hijos, pero podamos imaginar otras razones; miedo a contar con un hombre, miedo a ser otra vez abandonada, miedo a perder la felicidad así que mejor no ser feliz, no querer sufrir más a cuenta de su naturaleza sensual y desmesurada. Tiene derecho a no sufrir más si el amor termina en dolor, no sabe controlarse así que hace lo de siempre: huye. Va camino de convertirse en una nueva mujer completamente despreocupada, todavía es una mujer que huye de un hombre, sin plan ni dinero ni oficio: “como un globo en el espacio, que va donde el viento lo lleva”.




En Lima se la recibe como una celebridad, disfruta de su vida aventurera y de su condición de escritora. Con espíritu de reportera participa de todo evento limeño, visita monumentos, arquitecturas, asiste a una corrida de toros, la asquea y se va, escribe mucho sobre las mujeres, las observa y sobre ellas reflexiona. Esta afirmación de libertad tiene que ver con la moral y con la ropa: las limeñas usan un vestido llamado saya que las cubre totalmente de manera sensual y garantizando su anonimato. Ningún marido reconocería a su mujer por la calle, allí se lanza ellas y hacen política, hacen el amor, salen solas, se van lejos, Flora festeja: “Bajo la saya, la limeña es libre.”



En esas mujeres con más libertades que las europeas, Flora Tristán se mira, busca sus respuestas propias, reflexiona y se esperanza. A la vez que denuncia el comercio esclavista, los criminales métodos de pesca. Pero ya la empuja la impaciencia y parte para volver a Francia después de 20 meses de ausencia.



En 1834 sube al barco e inicia el regreso a Europa, el viaje es un espanto. La mujer que regresa tiene hondura, el contacto con su familia peruana le ha servido para sentir sus raíces y entrar en su identidad, vuelve a su patria investida como investigadora, vuelve con el don de la escritura y dispuesta a publicar la experiencia. La Flora que vuelve es una mujer en marcha, decidida, la escritura va a brindarle un espacio para comprenderse y madurar, para proteger su emotividad.



El Paris de 1935 al que Flora regresa es el emporio burgués, la consigna es enriquecerse y estallan revueltas en todos los barrios. Ella, sin ser indiferente, ocupada en ocultarse para que Chazal no la encuentre, va encapsulada hacia su nuevo destino: el de las ideas. Está preparada para entrar en ese mundo porque lee todo lo necesario y tiene ideas propias.



Consigue entrevistarse con Charles Fourier, cuya invención de comunidades cooperativas agrícolas y artesanales llamados falansterios admira, quiere aprender con él. Es tan diferente a las mujeres que la rodean que ya no repara en ello, en cambio la mujer es un tema sobre el que reflexiona permanentemente, siente que su experiencia y los muchos viajes realizados pueden aportar una visión cercana y a la vez distante.



Publica un librillo llamado Necesidad de hacer un buen acuerdo con las mujeres extranjeras. Flora sabe bien lo que es viajar sola, siendo extranjera o sea peligrosa, siendo pobre, siendo una fuera de la ley, de ellas habla. Se siente inmigrante, es exilada, acentúa sus diversos orígenes y le gusta decir que es española o parisina u oriental. En el texto aparece una idea internacionalista: “En lo sucesivo, nuestra patria debe ser el universo.”, dice.



Plantea las ventajas del viaje para una mujer con suficiente mano izquierda como para volverlo un modo de fomentar el turismo, ensaya un nuevo discurso para hablar con los poderosos.

Es pragmática en sus propuestas, reformismo social aplicado a la franja más desdichada de la población.

Funda una asociación de ayuda mutua y redacta los estatutos, es la Sociedad a favor de las Mujeres Extranjeras. Hombres y mujeres pagan una cuota con la cual se acoge a las extranjeras y se las ayuda consiguiéndoles trabajos, escuchándolas, la Sociedad tiene convenios con hoteleros que se comprometen a alojarlas y tratarlas bien.



En este momento de despegue, en el que además ha vuelto a vivir con su hija, Chazal reaparece en escena. No ha dejado de buscar a Flora y acude a Anne, su suegra, nada sabe la madre sobre el paradero de la hija con quien está disgustada desde hace años. Va a ser una carta anónima la que lo informe sobre el domicilio de Flora Tristán, una carta malvada e inteligente que pone a Chazal fuera de sí.



Una vez que se entera legalmente que su hija es propiedad suya, rapta a la niña que vuelve de la escuela, Flora la busca hasta encontrarla por la noche en la casa de su tío materno en Versalles, discuten y se marcha con Aline. Mientras busca un coche para volver a Paris en medio de un diluvio, Chazal las encuentra y comienza a gritar que la detengan porque es una ladrona.



La llevan por la fuerza a la comisaría y Chazal consigue que quede detenida hasta que él traiga el certificado de matrimonio, Flora está enferma y pasa esa noche en el hospital junto a su hija. Al día siguiente el comisario y los cocheros se alían para ayudar a escapar a Flora.



Es tan sólo una tregua y, además, ya le ha dado un golpe al conseguir que Aline viva en un internado. Mientras más éxitos alcanza Flora más se envenena Chazal, en lo público obtiene el reconocimiento a su labor y en lo privado la falta de respeto y el odio son la norma. Aprovechando un viaje de Flora, Chazal retira a su hija del internado y la lleva a otro, cerca de su casa. Ordena que se prohíban a la niña todas las salidas y espera el contraataque de su esposa, a los 2 meses de ingresar Aline se escapa del internado y va a casa de su madre, con ella se queda pese a los edictos.



Chazal es cada vez más un personaje patético, a veces estos son los más peligrosos. Interpone otra demanda y el comisario arranca a Aline de casa de su madre, la niña entra en crisis nerviosa y aun así la llevan a casa de su padre en Montmartre, Flora no está en Paris y tarda tres meses en verla. Chazal vive con su hija y su hijo en la pobreza, no trabaja, el 1 de abril de 1837 Flora recibe una carta de Aline pidiéndole ayuda porque su padre ha abusado de ella.



Flora inmediatamente presenta una demanda, la niña va a casa de su madre y está irreconocible d de sucia y delgada, efectivamente su padre la tocaba, la hacía dormir con él. Detiene a Chazal, se celebra el juicio donde el acusado niega el incesto, culpa a su mujer de ese complot, reconoce la promiscuidad en la que dormía con su hija pero debido al frío, no obstante Ernest, su hijo, corobora la versión de su hermana.





Además del espanto en el juicio aparece la mala fe con la que se mira a la escritora. El abogado de Chazal denigra a Flora usando pasajes de su libro Peregrinaciones de una paria, considera que “esa joven ( ) en el apogeo de una belleza seductora, dotada de una mente ingeniosa, de una conciencia fácil” no puede sino ser inmoral y peligrosa. “Su endemoniado orgullo, su amor desmesurado por el placer, su mala conducta” hacen que sea un peligro para sus hijos, en particular para su hija “ardiente, impetuosa y bella como su madre.” Una pieza de oratoria de mala leche que consiguió su objetivo porque el veredicto quita a la hija del lado de la madre y la hace ingresar como aprendiza en un establecimiento comercial, Chazal se quedaba con el niño. Finalmente la custodia es concedida a la abuela, los niños van a vivir a su casa, la relación entre Flore y su madre parece mejorar, el vencido Chazal se dedica a planear venganzas.




Flora Tristán sigue transformándose, se hace pintar un retrato como una mujer de letras, su fama de viajera la precede y da instrucciones al pintor. No se trata de coquetería, es nuevamente una cuestión e identidad, Flora corregirá y reinventará su imagen no sólo pictórica sino textual. Pese a su franqueza, es más que prudente en lo que dice sobre su vida íntima, han quedado pocos y malos cuadros suyos, lo que queda de su correspondencia se refiere a sus ideas políticas y sociales. Probablemente oculta información personal que su marido pueda usar en su contra, probablemente se cuida de la opinión social porque es guapa y atrae a los hombres.



Vive sola desde los 21 años, ama su independencia más que al amor por el que clama a veces, comienza a considerar a la amistad amorosa como un sustituto óptimo que no amenaza su libertad. Da vueltas al tema (20), piensa si no encontraría en las mujeres lo que en los hombres busca, con su amiga Olympe asiste a los sitios más decadentes y de moda en Paris, siente por la lavandera lionesa Èlèonore Blanc un afecto hondo. Dividida entre su atracción hacia los hombres fuertes y su rechazo del sometimiento, exhibe una voluntad femenina casi viril que a más de uno vuelve eunuco, prefiere eso a una nueva decepción del deseo amoroso. Nada sabemos, en realidad, lo concreto es que la soledad es cada vez más valiosa para Flora y que quiere “Estar sola para vivir la vida de todos.”




A raíz de un viaje a Londres Flora entra en contacto con los obreros que malviven en una sociedad que les da la espalda. Decide dedicar sus esfuerzos en un futuro a la clase obrera, antes de empezar a gestarse las ideas de Marx y Engels viaja por toda Francia dando apoyo a los trabajadores de su país. En tanto se publica Peregrinaciones de una paria, las críticas son buenas mientras en Perú se arma una buena, su tío Pío se ofende y le retira para siempre la pensión que le pagaba desde 1830. Se cartea con Bolívar, ha conseguido ser conocida, su círculo de amistades es cada vez más amplio y diverso, pero como ser de acción que es deplora sentir que pierde energía, que no hace nada.




Como su vida es un absoluto fracaso, Chazal decide que la responsable es su mujer y que tiene que matarla. Con la perversidad del que odia dibuja la lápida y escribe injurias sobre “la paria”, compra pistolas, balas y pólvora, comenta su propósito a un amigo y durante días adquiere protagonismo entre los amigos preocupados, su hijo observa cómo el padre hace prácticas de tiro los domingos. Cita a Flora para que hablen pero ella no contesta, días después se lo encuentra merodeando la casa con una expresión demente que la alarma. Chazal está frenético, dirige cartas inconexas a los jueces reprochándoles cómo actuaron contra él, encomienda a su hermano la custodia de su hijo, se despide de la asistenta, pone sus asuntos en orden con la obsesión del fanático.




El hijo desconfía de su padre y corre a avisar a su madre del peligro que corre, le pide que se cuide. Chazal está apostado en una taberna desde donde espía las entradas y salidas de Flora, que casi no sale de su casa ahora que sabe que va a matarla. Un día se encuentran en la calle, Chazal avanza hacia ella que podría haber escapado. Sucede que está harta de esta persecución sin fin, va a hacerle frente, a mirarlo cuando actúe. Como en cámara lenta la rodea y se le acerca por detrás, en la espalda dispara a quemarropa, tira la pistola al suelo y huye. Auxilian a Flora que ha caído de rodillas y se arrastra hacia la taberna, la herida es grave. Chazal es apresado, se lamenta al enterarse que ha fallado y se lo llevan la cárcel: Flora Tristán, con alto precio, ha conseguido liberarse de él trece años después de haberlo abandonado.




Flora se recupera lentamente, su casa es un desfile de gente que le desea mejoría, los periódicos informan de su evolución. Al levantarse ha escrito una novela y un artículo sobre arte, dirige a los diputados la abolición de la pena de muerte. Se presenta en el juicio Chazal e hipnotiza a la sala, contesta con astucia sin faltar a la verdad, no acusa a su marido, deja que los hechos hablen. La defenestración del individuo no la alegra, fue una unión destinada a la desdicha desde el vamos.




En 1839 Flora vive 4 meses en Londres, en el barrio irlandés más pobre de la ciudad ve niños harapientos que no tienen lugar donde dormir a pasos de las lujosas casas de la aristocracia, la flema inglesa no le gusta, no le gusta el amor inglés por la incomodidad, encuentra deplorable la comida. Son bromas: nuevamente viaja tomando notas, observando, averiguando, visitando fábricas, asilos, escuelas, al final de la estadía publicará un nuevo libro: Paseos de Londres, donde denunciará las terribles condiciones de vida de los obreros ingleses, dirá: "la esclavitud no es a mis ojos el más grande de los infortunios humanos desde que conozco el proletariado inglés".




Exhibe la felicidad que le produce transgredir: entrar a un pub, conocer a gente marginal, caminar por el borde, orillar el misterio. Esto tiene que ver con ella, es Flora la que desde niña quiere ver, verificar, saber. También es una manera de presionar a una sociedad que protege su privacidad a riesgo de ser hipócrita, así es cómo lleva a cabo la ocurrencia de entrar a la cámara de los Lores vestida de varón. Investiga sobre la prostitución, otro tema que la fascina. El tono de la introducción del libro, dedicado “A las clasese obreras”, es la nueva voz de Flora: vibrante, apasionada y con un no se qué mesiánico.




Su lucha incesante por conseguir una sociedad más justa e igualitaria ha quedado plasmada en cada obra. En Unión obrera describe cómo "el mejoramiento de la situación de miseria e ignorancia de los trabajadores" es fundamental, porque "todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer". Para Flora la situación de las mujeres se deriva de la aceptación del falso principio que afirma la inferioridad de la naturaleza de la mujer respecto a la del varón. Este discurso ideológico, hecho desde la ley, la ciencia y la iglesia margina a la mujer de la educación racional y la destina a ser la esclava de su amo.





Hasta aquí el discurso de Flora es similar al del sufragismo, pero el giro de clase se da cuando señala cómo al negar la educación a las mujeres está en relación con su explotación económica: no se envía a las niñas a la escuela "porque se le saca mejor partido en las tareas de la casa, ya sea para acunar a los niños, hacer recados, cuidar la comida, etc.", "A los doce años se la coloca de aprendiza: allí continúa siendo explotada por la patrona y a menudo también maltratada como cuando estaba en casa de sus padres.”



Flora dirige su análisis a las mujeres más desposeídas, las obreras, y su juicio es contundente: el trato injusto y vejatorio que sufren estas mujeres desde que nacen, unido a su nula educación y la obligada servidumbre al varón, genera en ellas un carácter brutal e incluso malvado.



Para Flora, esta degradación moral reviste la mayor importancia, ya que las mujeres, en sus múltiples funciones de madres, amantes, esposas, hijas, etc. "lo son todo en la vida del obrero", influyen a lo largo de toda su vida. Esta situación "central" de la mujer no tiene su equivalente en la clase alta, donde el dinero puede proporcionar educadores y sirvientes profesionales y otro tipo de distracciones.




En consecuencia, educar bien a la mujer supone el principio de la mejora intelectual, moral y material de la clase obrera. Como buena "socialista utópica", confía enormemente en el poder de la educación, y como feminista reclama la educación de las mujeres; además.



Sostiene que de la educación racional de las mujeres depende la emancipación de los varones, apela al sentido de justicia universal de la humanidad en general y de los varones, depositarios del poder y la razón, para que accedan a cambiar una situación que acaba volviéndose también contra ellos. "La ley que esclaviza a la mujer y la priva de instrucción, os oprime también a vosotros, hombres proletarios. (...) En nombre de vuestro propio interés, hombres; en nombre de vuestra mejora, la vuestra, hombres; en fin, en nombre del bienestar universal de todos y de todas os comprometo a reclamar los derechos para la mujer.”, escribe en Unión Obrera.



Adelanta el concepto de Engels y Marx en el Manifiesto Comunista, cuando postula la unión de los trabajadores y las mujeres, los oprimidos del mundo, en una Internacional que mediante una revolución pacífica traerá la prosperidad y la justicia.




Tras la publicación de Unión Obrera, Flora comienza una breve etapa de apostolado . Estando de gira muere en Burdeos en 1844 y los obreros de la ciudad promueven un mausoleo, que se inaugurara en 1848 con una manifestación de 10.000 obreros. En el cementerio de la Cartuja de Burdeos Flora Tristán comparte tierra con nuestro Francisco de Goya (exiliado de la monarquía dictatorial de Fernado VII). Desde entonces todos los 14 de Noviembre los obreros franceses depositan rosas rojas y blancas en la columna que rodea su tumba.




Fuente: Liliana Costa Staksrud (inédito)

jueves, 12 de agosto de 2010

frases de mujeres



Las chicas buenas van al cielo, las malas van a todas partes.
Mae West (actriz estadounidense)



Contrariamente a la mayoría de las mujeres creativas de nuestra época, yo no he imitado al hombre ni me he convertido en un hombre.
Anaïs Nin (escritora francesa)




El corazón de una mujer debe ser de cierto tamaño y no más grande. De lo contrario hay que comprimirlo; como los pies de las mujeres chinas.
George Eliot (escritora británica)




Diré lo que siento y hablaré de mí misma hasta la última página, y no pediré perdón.
Elizabeth Smart (escritora canadiense)




No es cobarde mi alma. No tiembla, en la espera del mundo, turbada por tormentas.
Emily Brontë (escritora británica)




Siempre me pareció que las minas buenas son aburridas. A mí me gusta remar contra la corriente, desafiar la autoridad. Es algo que traigo desde la cuna. Y me encanta mantener mi fama de mala.
Rita Lee (cantautora brasilera)








[size=12]Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor.
Mae West


[/size]

No quiero la terrible limitación del que vive tan sólo aquello capaz de tener sentido. Yo no: quiero una verdad inventada.
Clarice Lispector (escritora brasilera)





No se nace mujer, se llega a serlo.
Simone De Beauvoir (escritora e intelectual francesa)





Como mujer, he encontrado que es sumamente embarazoso estar en una reunión y darme cuenta que soy la única en el cuarto con “pelotas.
Rita Mae Brown (escritora estadounidense)




El sexo forma parte de la naturaleza. Y yo me llevo de maravilla con la naturaleza.
Marilyn Monroe (actriz estadounidense)





Si pudiera encontrarlo..., si pudiera encontrar un hombre inteligente y al mismo tiempo con magnetismo corporal, con atractivo. Puesto que estoy en condiciones de ofrecer esa combinación, ¿por qué no esperarla de un hombre?
Sylvia Plath (poeta estadounidense)





Lee y conducirás, no leas y serás conducido.
Santa Teresa de Jesús (mística española)





Un día miserable. Por la noche he pasado horas pensando en los males del desarraigo. Cada vez que se deja un lugar, se deja morir algo precioso que no debería acabar.
Katherine Mansfield (escritora neozelandesa)




¿Para qué casarse y hacer sufrir a un hombre cuando se puede hacer felices a muchos?
Mae West



Mi única ambición es llegar a escribir un día más o menos bien, más o menos mal, pero como una mujer.
Victoria Ocampo (escritora e intelectual argentina)




¿Con quién estoy furiosa? ¿Conmigo misma? NO...Estoy furiosa... con todas las madres que conozco que han querido que fuera lo que realmente en el fondo yo no quiero ser, y con la sociedad que parece querer que seamos lo que en el fondo no queremos ser.
Sylvia Plath




Todos nuestros deseos son contradictorios... Deseo que el hombre al que quiero me quiera también. Pero si se entrega completamente a mí, deja de existir y yo dejo de amarle. En cambio, si no se me entrega completamente es que no me ama lo bastante. Hambre y hartazgo.
Simone Weil (filósofa francesa)




Qué cosa tan extraña, o qué extraña no-cosa, es escribir. Los escritores tiene que construirse una importancia, una vocación sagrada, para no sentir que están perdiendo el tiempo. Millones de demonios vuelan alrededor, tentadores. Cortar por lo sano. Bajar la cabeza y embestir.
Elizabeth Smart




¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?
Mae West

martes, 3 de agosto de 2010

Madres e Hijas, amor y odio para toda la eternidad

Amor-odio, aceptación-rechazo, alejamiento-acercamiento, son sentimientos que caracterizan, con mayor o menor intensidad, al vínculo más profundo que existe en la vida de toda mujer: la relación con su madre.


La idolatramos de niñas, la aborrecemos en la pubertad, nuestra enemiga en la adolescencia y, si todo anduvo más o menos bien, la comprendemos y valoramos de adultas, acercándonos más a ella.



Pero el tiempo pasa y llega el momento de preguntarnos: ¿qué sucede cuando se es madre? En la mayoría de los casos, cuando ha habido una buena relación, ésta se estrecha aún más, es un momento de acercamiento y de reencuentro, nos damos cuenta de la complejidad que representa “hacer” personas, criar seres humanos. Sin embargo, una mala relación ocasiona un daño muchas veces irreparable.



La relación madre-hija se encuentra casi siempre en los límites; es indefinible e inalienable. Es diferente, incluso, entre hermanas. Como todo vínculo en crecimiento, es mutante: transforma y se transforma. Es necesario darnos la oportunidad de revisarla y, de ser necesario, modificarla o transmutarla en otra cosa.



Las mujeres construimos en dicha relación nuestro “yo” y nuestra identidad femenina. Por ello cuando la madre muere y queda la hija por ejemplo con 15 años, sin una figura sustituta fuerte, queda un agujero en el alma.


Hay varias posibles “malas historias”:
a) El abandono, la ausencia o la indiferencia de la madre en forma permanente.
b) La competencia constante con la hija.
c) La intromisión constante en la vida de la hija.
d) Los vínculos “vampíricos” donde la madre vive a expensas de la hija.
e) La descalificación.


El abandono, la ausencia o la indiferencia de la madre en forma permanente, el olvido de sus obligaciones o el descuido impiden que se dé la “simbiosis” natural de la hija con la madre; es decir, el vínculo de intimidad, de confianza básica, de desvanecimiento de los límites personales en las primeras etapas del desarrollo humano. Gracias a ella, existe posteriormente diferenciación e individualización.



Si no hay madre (real o sustituta), esa experiencia de ser amados incondicionalmente, de ser uno con otro, no existe y luego la buscamos de la peor manera, pagando el precio que nos pidan.


La competencia constante con la hija, el compararse siempre con ella y demostrarle que es más inteligente, más deseable o más bella, provocan que se establezca desde la madre una polaridad de buena-mala que prevalece a lo largo de toda la relación, desencadenándose la envidia y los celos entre ambas. Asimilar esta rivalidad y envidia de la madre es difícil, no siempre se hace de forma consciente, pero, al ocupar más espacio que otros aspectos de la vida, tiene indudablemente un efecto destructivo.


La intromisión constante en la vida de la hija se da debido a que la “simbiosis” no se rompe y no se tolera que la hija cuestione o rompa con la forma en que se da la relación. Las consecuencias son el infantilismo crónico, la inmadurez. Es la madre sobre protectora, solícita hasta el aturdimiento, la que todo resuelve, hasta la mínima dificultad, fóbica a todo lo nuevo (amistades, actividades fuera del entorno más cercano, ideas).



Se “desvive” por su hija; no tiene vida propia y por ello vive la de la hija. Por su parte, ésta cree no poder vivir sin la madre, la trae a su casa o vive con ella, es exageradamente miedosa. Paradójicamente, la hija crece y se desarrolla con la desaparición de la madre, o cuando decide expulsarla o relegarla a un rincón de su vida.
Los vínculos “vampíricos” —donde la madre vive a expensas de la hija— pueden darse porque la madre tiene a la hija de rehén escudada en una enfermedad psíquica o somática real o fantaseada.


La capacidad de la hija se magnifica, pues desde muy temprana edad debe hacer frente a grandes problemas y situaciones, hacerse cargo de otros, mantener la organización doméstica, sostener emocionalmente a los padres. Se le culpa ante cada oportunidad de vida independiente con otra persona.Este nivel de exigencia para la hija la priva de vivir su niñez, la convierte en modelo de vida de sacrificio y sobre adaptación, lo que provoca en ella serias afecciones psicosomáticas.



La descalificación, la crítica constante por exigencias desmedidas en diferentes áreas de desempeño, provocadas, la mayor parte de las veces, por la insuficiente valoración personal de la madre que se proyecta en la hija, atrofia la autoestima de la hija, haciéndola sentir insegura, poco valiosa.


Todos estos tipos de relaciones son inalienables; es decir, se dan en mayor o menor medida en el vínculo que se establece entre madre e hija; la intensidad o estereotipia de alguno de los rasgos, en el sentido de no poderlos reconocer y se impida la capacidad de cambio y evolución, hará más o menos saludable la relación.


Las “buenas historias” son aquellas que, pasando por innumerables vicisitudes de amor, aceptación, encuentros y desencuentros, logran crear condiciones de aprendizaje para ambas partes y de confianza en los propios alcances.
Para “maternar” se requiere de una alta capacidad de entrega, de discernimiento entre las propias vivencias y las de los hijos, de conciencia de las diferencias entre éstos y sus distintas necesidades físicas, psicológicas y espirituales.



Y, aun así, se transitará siempre por situaciones donde por un lado estarán los juicios de valor cultural que nos indican cómo se es una buena madre y por el otro nuestra naturaleza humana, nuestros problemas y contradicciones, nuestros sentimientos.


Para bien o para mal es una relación que genera el mayor número por igual de satisfacciones y de problemas. De similar calibre al de padre e hijo, especialmente el primogénito o el primer hijo varón, no tiene la misma connotación que éstas, posiblemente por el hecho de la maternidad: la madre ha tenido a su hija (e hijos) en el vientre y el padre nunca habrá parido a su hijo varón.



También es probable que debido a la educación a través de los siglos, del papel femenino en la sociedad o sociedades, normalmente distinto al rol del hombre, este vínculo madre-hija haya sido además fuente de matriarcados, ha podido ser refugio de estas mujeres, incluso en algunas religiones depende del número de hijas habidas en el matrimonio, cada una tenía asignado un rol en la casa, marcando de esta forma la vida de estas mujeres, posteriormente madres a su vez.


Qué ocurre cuando una mujer (primero como hija) es maltratada o vapuleada de alguna forma en su personalidad? Lo que normalmente sucede es que llegando a acostumbrarse mejor o peor a este trato, lo soporta en el resto de sus relaciones. Esta predisposición se traspasa de madres a hijas, y a su vez, de la hija a la nieta y así durante generaciones.




Por ello es fundamental el papel de la madre con respecto a la hija. La hija por muy estrecha que sea la relación con su madre, atravesará siempre un momento de su vida en que se rebelará, porque es lo que le toca, y no hará en absoluto caso.




Más aún si tiene una influencia, bien sea paterna, del resto de la familia o de sus compañeros, que la animen a 'ignorar' las advertencias de su madre. Es la peor época para una madre porque siente que pierde a sus hijos, y es crucial entender qué está ocurriendo para no perder para siempre su confianza. Hasta que tienen sus propios hijos y vuelven al redil a pedir consejo. Esto es ley de vida. Hasta en el peor de los casos, el mágico hilo que une la mente de una madre a sus hijas es difícil de repetir en otros vínculos familiares.


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Texto de Luisa Futoransky, escritora argentina.

Érase una vez, al menos así comienzan los cuentos… ma-má, una simple sílaba al cuadrado. Y muy atrás en la memoria la primera línea de mi libro escolar, que aseguraba: “Mi mamá me ama”. Así aprendíamos en mi época a leer. Nos educaron para creer que el amor de madre es único y diferente de los otros tipos de amor. No puede equivocarse, dudar, ni ser ambivalente y contradictorio como los otros cariños. Y esto es ilusorio, como buena parte de los dogmas.





La relación madre hija no es muy diferente en Argentina, me cuestiono, de una relación similar en Bélgica, Transilvania o Canadá. Y sin embargo, tal vez sí. Mi país está unificado por la lengua española, llamada castellano en mi juventud, y constituido fundamentalmente por inmigrantes. Eso nos fue configurando las arterias. De generación en generación, en el exilio, las mujeres fueron transmitiendo la fuerza poderosa de la cultura de donde eran oriundas y a través de ella también la presencia no siempre silenciosa de una lengua ausente.


Eco de ello son esas nanas quebradas y roncas, con sus letras y ritmos incomprensibles pero que sin embargo nos adormecen los pesares. La desterrada, la emigrante, llega con unas pocas imágenes fijas; caben en el pañuelo con el que a veces se cubre la cabeza. Está anclada a ese hatillo, su caja fuerte de náufraga. Su tesoro quedó en el fondo de la memoria, pero los cerrojos saltaron o se perdieron en el reino del dolor fundacional.



En un segundo plano, el más poderoso, se apiña un tropel de sensaciones, recuerdos, melodías. Veo por ejemplo a mi propia madre casi adolescente arrojando maíz a las gallinas, peinándose y peinándome largas trenzas… pobre mi madre querida, decía el estribillo de la canción más popular de la época, entonada por Alberto Castillo. Y luego el rito casi cotidiano de plancharme minuciosa con la plancha de carbón las tablitas del delantal de piqué blanco almidonado. Su mano cada vez más firme, mi rebeldía cada vez más manifiesta. Y su victoria cada vez más rotunda, porque la madre de la infancia nunca muere.


Las mujeres de quienes hablo, madres, abuelas y bisabuelas, no correspondían a los presupuestos de un imaginario urbano. Como sobrevivientes que eran debieron agudizar su ingenio en la percepción de lo inmediato. Sin llaves para traducir el nuevo mundo, lo forzaron con ganzúas o, a falta de otra cosa, horquillas para el pelo, cambiadas como ellas de destino. Repoblaron así la vida de nuevos gestos y palabras. Para los hombres el salto fue más fácil: el servicio militar, las tareas del campo y el comercio los integraron mucho más deprisa a los usos, sabores y costumbres del país.


Pertenezco a la generación de los hijos de judíos que vinieron a la Argentina porque entre guerra y guerra y pogrom y pogrom se caían del mapa en barcos, como lo hacen ahora los albaneses, malayos, cubanos o haitianos y antes los vietnamitas, los coreanos, en suma, los náufragos de siempre. Los de una mano atrás y otra adelante, y gracias que hay manos.




El exilio, tantísimo antes de Babel, qué duda cabe, ha sido y es una condena.
Soy resabio de un mundo donde recién se afirmaba la electricidad, un planeta sin televisión, de calles sin asfaltar y barreras infranqueables estigmatizadas por el “De eso no se habla, nena”. “Eso” que incluía las declinaciones del amor y por supuesto el tabú sexual.


En los gineceos de mi infancia, hechos del ronroneo de las máquinas de coser Singer, imperaba la radionovela. En la amargura de los mates se cebaban también esos duelos exagerados, donde las mujeres de mi familia y las vecinas teñían en grandes tinas de zinc con anilina negra la ropa de temporada, para respetar sus lutos rigurosos. Tres largos años de compostura monocroma para pasar luego a los gamas grises del medio luto. Mis mujeres argentinas, incapaces de aceptar demasiadas pérdidas para una sola vida, destilaban en su fuerza aparente una densa melancolía y furia.


A un cuarto de siglo del comienzo de la tragedia que sacudió todos los estamentos de la sociedad argentina, el drama de la filiación continúa sin cicatrizar. La dictadura argentina (1976-1983), con su horroroso tendal de decenas de miles de muertos desaparecidos, arrojó a Europa, a la tierra de sus abuelos, a una generación de jóvenes sobrevivientes atemorizados y desconcertados.


Esa espada es aún filosa en la memoria de los protagonistas del desastre. Su impronta alevosa envenena el aire, tal como en Europa ocurre aún con las nefastas cicatrices dejadas por los latrocinios de la Segunda Guerra Mundial o, más recientemente, en Asia por el genocidio de Camboya o en África por el de Ruanda. En América Latina abundan desgracias que no podrán cerrarse. La conducta ejemplar de Las Madres de Plaza de Mayo, que con su dignidad, furia y valor fueron el paradigma de cómo se puede enfrentar la ferocidad de las dictaduras con armas aparentemente inofensivas como justicia y amor reconforta.


Respecto de la madre propia, la que sentó reales indelebles dentro y fuera de nosotros, pienso que para recuperarla en su valía hay que alejarse. Nada más difícil que dibujar lo más cercano, las líneas de la propia mano. Difícil para ella y para nosotras cortar el vínculo sanguíneo de similitudes y diferencias. De angustias y reproches. Pero nadie nos prometió que alcanzar en la vida la verdadera independencia fuera un camino de rosas...

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“¿Te vas a poner eso?”. Con esta simple pero, a la vez, aguda interrogante si quien la pronuncia es una hija a una madre o viceversa, tituló la lingüista estadounidense Deborah Tanner, una de sus más interesantes investigaciones acerca de la complejidad que reviste la relación entre madre e hija. Un vínculo que ella analizó revisando el discurso marcado por la sutileza que se da en el lenguaje entre ambas mujeres, donde comentarios o gestos que para otros pudieran resultar anodinos, pueden transformarse en una bomba de tiempo que estalle en el momento más inesperado. Y eso por el tipo de dobles interpretaciones que ambas pueden llegar a hacer de lo que se hace o no y se dice o no.



¿Por qué la enrevesada condición de este vínculo? Tal vez por la explicación que da esta lingüista, especializada en discursos de género: porque hay una constante pugna de poder. Un afán de lograr el control de la madre hacia la vida de la hija, para guiarla de acuerdo a lo que cree que es bueno y apropiado para una mujer; mientras la hija, a partir de la adolescencia, intenta conducir su vida a su manera y no de acuerdo a los designios o creencias de la madre.



Dificultoso. Esto da pie a un sinnúmero de desdichadas situaciones entre ambas. Y muchas veces sin motivos aparentes. Es que las razones habrá que buscarlas muy sub terra, tal es lo hondo que pueden alojarse los conflictos entre estas dos mujeres. Como en la siguiente escena, relatada por una madre.


Para el cumpleaños número 30 de su hija Renata, a Verónica (51 años) se le ocurrió hacerle un regalo muy especial. “Le compré una colección de las mejores cremas de belleza que pude encontrar para prevenir la llegada de las primeras arrugas. Era todo muy fino y, por supuesto, carísimo. Estaba dichosa de poder hacerle este regalo tan delicado y de pensar cómo lo iba a disfrutar”. Pero la sorpresa de esta mujer fue tremenda cuando al entregárselo, en medio de una cena familiar, la hija rompió en llanto, lo dejó sobre la mesa e interrumpió el festejo tomando su chaqueta y yéndose con su marido, mientras le decía: “¿Te hace feliz regalarme esto, verdad?”.



Verónica se quedó paralizada, jamás pensó que su obsequio fuera a derivar en una situación semejante. “No te imaginas lo que me dolió que este gesto cariñoso fuera tan malinterpretado. Pensé que por qué me tenía que suceder a mí algo así, cuando sólo deseaba lo mejor para mi hija. Fue una tragedia. A la semana conversamos y ella me contó que había reaccionado así porque pensó que yo, a través del regalo, le estaba “machacando” que se iba a poner vieja. Lo hablé con una sicóloga. Ella me dijo que había algo simbólico, tal vez, que mi hija podía haber leído en ese regalo, que le estaba transmitiendo mi terror a la vejez o algo así. Yo no siento para nada que haya sido eso. Para mí sólo fue un gesto lindo”.

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La tradición cristiana ha idolatrado la relación madre-hijo como una relación basada en el amor, la relación María-Jesús sería paradigmática en ese sentido. Pero también Edipo o la madre de los tangos o…
Pero si nos detenemos un momento, ¿cuántas imágenes o historias conocemos que resalten una relación semejante entre madre e hija?


La historia de Démeter y Perséfone que nos ofrece la mitología griega, tal vez sea la única que subvierte el orden claramente patriarcal en el que se basa esta mitología y nos cuenta otro modo de relación y de lucha.


Deméter-Ceres es hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, cuida los trigales, facilita su germinación y asegura la madurez de los frutos. Personifica, pues, la fertilidad y riqueza de la tierra, y se la considera inventora de la agricultura cerealista (la palabra “cereal” deriva de Ceres). Así, en todos los países de la Grecia antigua, cuya economía se basaba fundamentalmente en el cultivo de cereales, se le rendía culto y se contaban leyendas sobre esta diosa. Pertenece a la tercera generación divina y se presenta como la nueva madre Tierra, pero mucho más próxima y humana.



Deméter es la madre nutricia, no olvidemos que “meter” significa “madre”. Deméter es diosa, pero ante todo es madre. Al concebir a Perséfone-Core, que simboliza el grano, asume el doble papel de madre que da a luz a una criatura y tierra que alimenta la semilla.



En su juventud Démeter tuvo a Core, luego llamada Perséfone, y a Yaco con su hermano Zeus. Su mito está íntimamente ligado al de su hija y ambas constituyen una pareja denominada “las diosas”.
La leyenda comienza con Perséfone recogiendo flores en una pradera de Eleusis (actualmente Elefsina); aunque según otras fuentes puede haber sido en la llanura de Misa. De repente, cuando cortaba un narciso, la tierra se abre a sus pies y surge Hades, su tío, el dios del inframundo, el dios de las tinieblas y de los muertos.


Cuando Hades pidió su anuencia a Zeus para llevarse consigo a Core, el padre de los dioses se muestra cobardemente ambiguo, teme enfrentarse a la madre de la joven, Deméter, pero tampoco quiere disgustar al dios del abismo. De modo que Hades decidió por sí mismo y raptó a la muchacha.


Perséfone grita pidiendo auxilio a su madre… Deméter la oye y corre en su ayuda, pero, al no encontrarla, comienza un largo peregrinaje en seguimiento de su hija. Durante nueve días y nueve noches recorre Deméter el mundo, sin comer, sin beber, errante con una antorcha en cada mano, buscándola desesperada.


Hay varias versiones de cómo Deméter supo qué había pasado con su hija. Sea como sea, cuando sabe la verdad, la cólera de Deméter es tal, que abandona el Olimpo y se niega cumplir sus funciones que eran hacer crecer el trigo, y llenar el mundo de vida. El hambre y la muerte asoló la tierra, y Deméter se enfrentó a Zeus advirtiéndole que aparecía su hija o ni un grano de trigo germinaría.



Como la diosa se niega a hacer fructificar los campos, Zeus intenta convencerla por varios medios de que regrese y fertilice la tierra. Ante el nulo resultado de sus intentos, Zeus cede y envía a Hermes a hablar con Hades con la orden de que devuelva a Perséfone.


Hades aparentemente accede pero engañosamente hace probar a la muchacha la comida de los muertos, un grano de granada lo que le imposibilita regresar al Olimpo definitivamente.


Se acordó entonces una solución de compromiso. Para contentar a Deméter, Zeus, que se sentía responsable de la suerte de su hija, dictaminó que a partir de aquel momento, la muchacha pasase tres meses junto a su esposo en el Tártaro y el resto de los meses del año con su madre entre los vivos. Cuando Perséfone permanece junto a su esposo, es la estación invernal y el suelo queda estéril; cuando la joven sube al Olimpo, los tallos verdes la acompañan y comienza la primavera.


Con el transcurso de los siglos, las atribuciones de Deméter se fueron multiplicando. Sus atributos son la espiga, el narciso y la adormidera. Se la representa coronada con espigas, sentada y llevando en la mano una antorcha o una serpiente.


Ambas diosas fueron honradas como las principales divinidades de la abundancia y de la fertilidad, y por los agricultores que celebraban, en la época de la cosecha, fiestas como las Tesmoforias y las Eleusinias.


La separación de la madre Démeter es un resumen perfecto de del origen de los conflictos entre madre e hija. Perséfone, la hija quiere tener responsabilidades, buscar el sexo y el amor verdadero lejos de la madre en el inframundo de la vida.



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Adriana Lestido, fotógrafa argentina. Autora de “Madres e hijas”, Editorial La Azotea, Buenos Aires. Al que pertenecen las fotografías en blanco y negro de este post.


Desnudas en su angustia, en ese sentimiento contradictorio y prohibido para las madres abnegadas que sonríen en su día. Madres e hijas. También como cuerpos sexuados que aprenden el erotismo en esas primeras caricias. Mujeres que aprenden entre ellas el meollo de su identidad.

P. ¿Cuáles son las relaciones de amor más complicadas que ha retratado?

R. Madres e hijas: es de los vínculos humanos más complejos e intensos que hay. Siempre me ha obsesionado el tema, cómo cada mujer está marcada por la relación con su madre. Es la relación que más posibilidades de identificación tiene. Una mujer naciendo de una mujer, cuyo primer objeto de amor es una mujer. Y, sin embargo, creo que es la más limitada.

P. ¿Por qué?

R. Por la paradoja de amor y odio, competencia y simbiosis. Creo que es donde el amor enfrenta su mayor dificultad. Igual es generalizar, porque existen relaciones madre e hija muy livianas, como también las hay muy terribles entre padre e hijo. Pero, más allá de sus características particulares, lo que me preguntaba era: ¿cómo puede ser que una relación que tiene tantas posibilidades de identificación tenga tantas limitaciones? Y creo que es por la gran identificación inherente a la relación, que dificulta a la hija encontrar su propia identidad.